#aedemcr

Volvemos con una nueva publicación de nuestra psicóloga Helena Barahona. 

 

Te han citado en la consulta del hospital, y estás en la sala de espera, sentada junto a varios desconocidos que no tienen muy buen aspecto. Esta gente sí que está enferma de verdad, lo mío no debe ser nada, te dices a ti misma.

Hace frío, la sala de espera tiene techos altos y el calor tiende a subir. Además, esta mañana al salir de casa llovía, y el agua se te ha metido en los huesos. Uy, esa frase era de mi abuela, piensas. Se ve que te haces mayor.

Te entretienes pensando estas cosas porque en realidad, aunque no te lo quieras reconocer a ti misma, estás nerviosa. Sin darte cuenta, has empezado a balancear las piernas. Las sillas son altas y tú eres más bien bajita. Las piernas se balancean como cuando eras pequeña y hacías un examen. Los nervios.

Por fin aparece tu número en la pantalla; es tu turno. Pasas y el médico te pide que te sientes. (Las piernas siguen quedándote cortas, aunque esta silla es más cómoda.)


                                                                                                     

                                                                                                                (…)

            Han debido pasar 20 minutos y estás fuera de la consulta, pero no recuerdas nada. Sólo recuerdas al médico decir “esclerosis múltiple”, y el resto es un gran espacio en blanco. No recuerdas haber escuchado más, y ni siquiera recuerdas cómo has salido de la consulta y has llegado hasta este banco del parque en el que estás sentada. Sólo un inmenso y pesado vacío.

            Cuando por fin eres consciente de dónde estás y de lo que ha pasado, tu mente es como un enorme armario desordenado. Todo está lleno, pero nada parece estar donde debiera. Hay zapatos junto a los abrigos, y los calcetines están dentro de los bolsillos de los pantalones. ¿Cómo es posible? Tu mente está llena de ideas y pensamientos, pero ninguno parece servirte. Tu mente está tan desordenada en este momento que no la reconoces, es como si una colonia de grillos estuvieran pensando por ti, todos chirriando a la vez.

            Te sientes perdido y angustiado; también cansado, porque para cuando has sido consciente, ya llevas 3 vueltas a la Ronda y las piernas empiezan a notarlo.

            Por fin tienes valor para volver a casa. Enciendes el ordenador y buscas “esclerosis múltiple”, y consigues sentirte aún peor. No entiendes nada: ¿por qué a mí? ¿seguro que no se ha equivocado con el diagnóstico? ¿por qué no busco otro médico? ¿por qué no me hacen más pruebas?

            Pero, y si no ha habido un error… ahora, ¿QUÉ HAGO?

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